El problema esencial de las dietas no reside en su eficacia, sino en su mantenimiento a lo largo del tiempo.  Es más, la desilusión que se deriva de la repetición del fracaso habitualmente conduce a una actitud depresiva de renuncia.

 


El motivo por el cuál las dietas fracasan es que todas se basan en la idea de control, de la limitación y del sacrificio….Dietas sumamente restrictivas; por consiguiente, antes o después se vuelven insoportables de llevar a cabo, porque chocan pesadamente con la sensación fundamental en la que se basa nuestra relación con la comida: el placer.

 


Las reacciones que aparecen durante o después de un periodo de restricción alimentaria son numerosas y diferentes entre sí. A veces son incomprensibles, pero todas comparten el efecto de un intento de control que conduce a la pérdida de control.

 

Esta es la estructura paradójica connatural a cualquier dieta.


Si se desea salir de esta trampa, el placer debe ser el fundamento básico.

 

Cuánto más intento controlar más me obsesiono  y a su vez más me descontrolo. Tal y como dice Oscar Wilde :  “Si renuncio a algo al final se hace irrenunciable”, con lo que la prohibición reiterada de los alimentos que suponemos que nos engordan hace que no podamos renunciar a ellos y acabemos tarde o temprano cayendo en la tentación.

 

Por lo tanto, el éxito de la dieta no reside tanto en la prohibición del placer,  sino en la educación en los alimentos. 

 

Si me concedo aquello que me gusta, al cabo de poco tiempo dejará de agradarme tanto y podré renunciar a ello sin esfuerzo ni frustración.

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